El pasado fue mucho peor

La viruela, el sarampión, la peste, la tosferina, el tifus, el cólera y la sífilis han dejado de ser azotes de la humanidad, aunque, salvo la viruela, no hayan desaparecido del todo. En 2017, Madagascar sufrió un brote epidémico de peste que se llevó más de un centenar de personas por delante. El cólera hizo estragos en Haití tras el terremoto de 2010 y mató a unas diez mil personas a lo largo de los siguientes cuatro años. En Reino Unido, en 2018, se detectaron cincuenta casos de cólera morbo; dos, en España. La tosferina sigue siendo endémica en algunos lugares remotos de África y, gracias a los antivacunas, el sarampión rebrota episódicamente. También crecen la sífilis y otras enfermedades de trasmisión sexual por el descenso de uso de los anticonceptivos de barrera, sustituidos por la píldora del día después. Pero, a nivel mundial, ya son pecata minuta. Los antibióticos, las medidas de higiene pública –bendito cloro–, las vacunas y las nuevas generaciones de antivirales han desterrado las plagas inmisericordes que mataban personas por millones. Han surgido otras, como el VIH, el ébola y nuevas cepas de gripe, enfermedades zoonóticas, que son aquellas que tienen el reservorio en los animales, pero acaban trasmitiéndose al ser humano. En una época donde triunfan las distopías y los argumentos apocalípticos, no es de extrañar el temor a que surja un tipo de virus capaz de aniquilar a buena parte de la humanidad, una gripe como «la española» que, entre 1918 y 1920, mató a setenta millones de personas. A su favor, la globalización y la generalización del transporte aéreo, que convierte cualquier brote epidémico en una amenaza mundial. En contra, los sistemas de Salud Pública de los principales países desarrollados, con redes de vigilancia y alerta muy eficaces. Ahora estamos en uno de esos momentos de miedo a causa de un coronavirus –zoonosis- que ha resultado ser muy infeccioso, entre otras razones, porque se contagia durante un período de incubación, cuando el portador es asintomático, muy extenso: hasta catorce días.

Source: La Razon

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