Peligro, no tocarse la cara

En estos días de enclaustramiento habrán escuchado en las conversaciones con los familiares la exclamación de que tenemos las manos más limpias que nunca. Pues que siga así. De esa práctica higiénica tan simple depende en buena medida nuestra salud. El agua y el jabón son un valladar contra los virus, cualquiera de ellos, también el Covid-19. Nada hay más letal contra el coronavirus en nuestra particular rebotica que ese hábito repetido las veces que sean necesarias. No siempre lo hemos tenido tan claro, de hecho estábamos bastante alejados de ser una comunidad virtuosa en esto de mantener nuestras manos impolutas, como un espacio libre de bichos. Sólo un 5% de las personas lo hacía el tiempo necesario, el 23% no usaba jabón y un 10% directamente ni hacía el amago de lavarse. El resto, pues ni sabe ni contesta, lo que hacía temerse que tampoco eran unos virtuosos del enjuague desinfectante. Pero hoy el peligro se nos ha hecho más real, está al otro lado de la puerta de casa, en muchas incluso dentro, y nuestro aliado más leal y próximo es combinar una pauta que debe consistir en tocarse la cara lo menos posible –lo ideal aquí sería establecer un cordón sanitario en torno a nuestra faz– y enjabonarse las manos varias veces al día. El objetivo es únicamente mantener a los virus, en este caso al Covid-19, lejos de las mucosas que suponen la autovía de entrada a nuestro cuerpo y nos convierten en vulnerables. No es sencillo, especialmente, lo primero, porque la cifra más razonable de los estudios que hay sobre la cuestión lo sitúa en 16 veces a la hora las que nos llevamos los dedos a la cara, unas 260 al día si descontamos las ocho horas de sueño. El factor de riesgo es evidente. Y es que hablamos de un automatismo congénito que nos acompaña desde que nacemos. Hay quien especula con que es una herencia de los rituales de desparasitaje que realizan muchos primates. Existen versiones para todos los gustos. El caso es que lo hacemos y que no es un acto inocuo. Remedios, tener las manos ocupadas con móviles, pelotas antiestrés o pañuelos, o tocarse con la mano no dominante… en fin. Háganlo, si pueden, aunque lo más práctico es el lavatorio. Dios aprieta, pero no ahoga. En este caso, deben referirse al jabón.

Source: La Razon

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