Wearables de salud: ¿Qué saben de ti las aseguradoras y para qué lo van a usar?

Las aplicaciones y dispositivos móviles que cada vez encontramos con más frecuencia pueden ser vistos un acicate de los hábitos saludables, la penúltima moda tecnológica o una fuente de información personal que exige control a la luz de la nueva normativa europea sobre protección de datos. Además, algunas compañías aseguradoras, sobre todo en Estados Unidos, han convertido estas herramientas tecnológicas en una forma de promover la salud y reducir costes en las pólizas de salud.

Aunque los criterios pueden ser diversos, el patrón oro de las aplicaciones para la promoción de la vida sana son los ya famosos 10.000 pasos, que muchos móviles computan y celebran con mensajes de enhorabuena a los portadores del dispositivo. El doctor Francisco V. Martínez García, coordinador del Grupo de trabajo de Aparato Locomotor de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (Semergen), explica que está claro que llevar una vida activa es un factor protector de la salud. También considera que las nuevas tecnologías pueden ayudarnos a definir si somos activos o no, como hacen esos contadores de pasos diarios. No obstante, matiza que «el valor de corte de cuántos pasos deben darse es algo arbitrario, ya que ningún estudio ha podido establecer con certeza cuántos al día son válidos como criterio sanitario».

Él sugiere que se piense en ese número como una meta «razonablemente alcanzable» por la mayoría de la población, porque aunque se trate de una medida de actividad física general de un individuo, «está lejos de poder objetivar de forma real el nivel de esa actividad».

Al respecto, recuerda que la intensidad del ejercicio es clave para lograr obtener beneficios. Dar muchos pasos sin que la frecuencia cardiaca aumente puede que no tenga tanta repercusión como dar menos pasos a un ritmo más rápido, determinando un aumento importante en el consumo de energía, ha matizado. «Lo recomendable es procurar dar muchos pasos al día, y si además nos cansamos, mejor», sentencia Martínez.

Eso en lo tocante a los dispositivos más sencillos, algunos de los cuales ni siquiera requieren más que llevar el móvil en el bolsillo, cosa que ya hacemos casi todos de todas formas. Cuando hablamos de aplicaciones móviles específicas de salud o de aparatos adicionales –relojes inteligentes u otros–, se pueden utilizar variables más específicas, pero su uso está menos extendido.

Según datos de la consultora mHealth Developer Economics, la capacidad de retención de las soluciones de salud digitales, como las aplicaciones, es del 62%. Según el análisis de esta consultora, las aplicaciones de salud no están cumpliendo las expectativas de los usuarios ni sus necesidades, así que tampoco han llegado a su punto óptimo de penetración en el mercado. Por poner un ejemplo, en el mundo hay más de 1.000 millones de personas con enfermedades respiratorias crónicas, pero mucho menos del 1% de esos pacientes usa aplicaciones móviles. El 21% de los creadores de aplicaciones de salud cuentan con menos de 10.000 usuarios activos. Se consideran así los que usan la aplicación al menos una vez al mes. De acuerdo con los analistas, «queda mucho camino por recorrer antes de que las soluciones digitales sean compañeros diarios de los pacientes a los que se está intentando llegar».

Se han hecho ciertos avances, el 7% de las soluciones móviles para la salud han alcanzado «una penetración sustancial en el mercado». La mayoría de los casos de éxito son soluciones centradas en el fomento de la actividad física, el control de la diabetes, la promoción de la salud de la mujer y la pérdida de peso. El reto inmediato, según estos expertos, podría ser la necesidad de definir objetivos específicos basados en las características individuales de cada usuario. Las aplicaciones tendrían que ofrecer consejos personalizados a partir de información médica más detallada, plantean.

¿Negocio?

Muchas compañías aseguradoras estadounidenses, y algunas españolas que empiezan a apostar por estos dispositivos como una forma de promover la salud de los asegurados. Cuando los expertos del Swiss Re Institute han analizado la utilidad de estas herramientas en el ámbito de los seguros de salud, han visto en ellos una capacidad de fidelización «impresionante», pero también han cuestionado sus efectos palpables en la salud de la mayoría de la población, o si son útiles «para alguien más que para los que ya tienen una cierta predisposición a estar en forma».

Entre las compañías que ofrecen incentivos o descuentos ligados al empleo de aplicaciones (por ejemplo, por cumplir el objetivo de 10.000 pasos diarios) están Vitality Health (con varios esquemas de recompensa ligados a actividad física) u Oscar NY (un dólar por cada objetivo de pasos logrado y hasta 250 dólares anuales en vales de compra en Amazon).

Las variables que puede registrar uno de estos dispositivos (y compartir con la compañía) son: edad, sexo, índice de masa corporal, circunferencia de la cintura, actividad física e incluso horas de sueño. Una revisión de la utilidad de estas aplicaciones y dispositivos en la revista científica «BMC Medicine» indica que su empleo va al alza y augura su empleo en contextos cada vez más diversos, pero, de nuevo, advierte que no hay evidencias de sus beneficios para la salud.

El miedo a estar conectado a todo, incluso en los aspectos más íntimos (latidos del corazón incluido) hizo mella de forma célebre en el ánimo del antiguo vicepresidente estadounidense Dick Cheney, que pidió a sus médicos que reemplazaran su marcapasos por uno sin conexiones inalámbricas para evitar que fuera hackeado por terroristas. El cardiólogo de Cheney explicó que efectivamente, era un riesgo mantener esas conexiones.

Sin llegar a esos extremos, se ha despertado un debate sobre cuánto deben saber las compañías aseguradoras sobre sus clientes. Un ejemplo ha sido el revuelo causado por Beam Dental, que ofrece a sus asegurados un cepillo de dientes que registra sus hábitos de higiene. No es una práctica nueva: una compañía puede rechazar emitir una póliza de vida a un cliente que declare tener ciertos hábitos peligrosos, o excluirles de las políticas de descuentos. La diferencia, según planteaba en un reciente artículo en la revista Forbes Enrique Dans, profesor de Innovación en la IE Business School, es que hay información que el cliente ofrece, mientras que otra puede ser transmitida a las compañías de forma inmediata y constante. Las pruebas genéticas también han planteado dudas éticas en este contexto por su potencial empleo discriminatorio.

Source: La Razon

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